
A principios de 1940, en los primeros compases de la II Guerra Mundial, una voz se dirige en la noche a los ciudadanos ingleses. “Germany calling, Germany calling…” – exclama al comienzo de cada transmisión. La voz procede de Radio Berlín, cruza el Canal de la Mancha y se cuela en los hogares británicos con la firme intención de minar su moral. “Rendíos, – clama la voz – la guerra está perdida”. Miles de ingleses permanecen atentos a esa voz nasal que defiende la causa nazi y las maravillas del régimen de Hitler. Una voz que, curiosamente, no pertenece a ningún jerarca alemán, sino a un ciudadano tan británico como ellos: William Joyce.


El camino que lleva a Joyce a pasarse al lado nazi es largo y extraño. Pocas semanas antes del inicio de la guerra, él y su esposa huyen de Gran Bretaña para refugiarse en la idolatrada Alemania. Gracias a sus contactos, en menos de un mes es designado editor y locutor de las emisoras alemanas para Europa y su labor es aprobada por el mismísimo Joseph Goebbels. En 1940 es nacionalizado alemán. Su actividad propagandística durante los siguientes años es tan frenética que el propio Hitler termina por condecorarle con la Cruz del Mérito. Absolutamente enajenado por sus convicciones políticas, Joyce llega al extremo de recorrer los campos de prisioneros británicos para animarles a unirse a la ‘British Free Corps’, un cuerpo de soldados ingleses que debía unirse al ejército nazi para combatir a los comunistas en el frente oriental.
El aspecto de William Joyce es casi tan sórdido como sus ideas. Una profunda
cicatriz le cruza la cara desde el lóbulo de la oreja hasta la comisura de los labios, un regalo – como no se cansa de repetir – de las hordas de “judíos comunistas” contra las que ha combatido en Inglaterra. La herida se la produjo en una pelea con un grupo de izquierdistas durante un mitin del Partido Fascista, al que se había unido en 1923. Tenía entonces 17 años de edad.



Al día siguiente, el Ejército aliado toma las instalaciones de la radio. A la hora exacta de la emisión, un par de soldados británicos aparecen en antena y saludan a sus compatriotas con una fantástica parodia: “Germany calling, Germany calling…” – exclaman divertidos.

Al cabo de pocos días, Joyce es capturado en un bosque cerca de Flensburg. Durante su huida, recibe un disparo en la pierna y su fotografía, postrado en una camilla, ocupa las portadas de toda la prensa británica. Los periódicos toman cumplida venganza de la mala baba que Joyce se ha gastado durante años. Enseguida es trasladado a Inglaterra, donde será juzgado por alta traición.
En la mañana del 3 de enero de 1946, Joyce es conducido al patíbulo. El pequeño irlandés de la cara rajada se mantiene indomable hasta el final. Su último mensaje es transmitido por las ondas de la BBC: "en la vida como en la muerte, desafío a los judíos, que causaron la guerra y desafío a las fuerzas de la oscuridad que ellos representan". Unos minutos después se hace el silencio. William Joyce es ahorcado a los 39 años de edad. Lamentablemente para la historia de la radio, con él no habrá muerto el último histrión.
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